En la unidad original del ser primero, está contenida la causa secundaria de todos lor seres, así como el germen de su inevitable destrucción

Edgar Allan Poe



lunes, 24 de noviembre de 2008

Duro contra el muro


Me encabrona cada vez que repite: “lo espero en la casa y bien temprano, nada de calle”. Me repudia tener que saber que hoy tendré que ir allí, de nuevo con ella, y verla, sentada en el sofá con esas piernas lujuriosas que noche tras noche me oprimen de una manera brutal; y esa mirada fulminante queriéndome decir: “maldito dónde has estado, fallándote a una cualquiera”. A parte de eso mi madre, un ser despreciable de aquí a la luna, se empeña en recordarme todas las cochinadas que le he hecho, y tras encima, me grita: que soy un mal hijo. Pobre vieja, no sabe que cuando uno toma un camino de estos ya no hay vuelta de hoja. Por eso es que prefiero mil veces vivir en la calle que tener que soportar a esa pobre vieja y a esa inútil a mi lado.
Estas fueron las últimas palabras que le escuche a Fernando.
Esa noche habíamos bebido unas grandes cantidades de licor, en un sitio en el que nunca había estado, pero que de cierta manera nos era familiar. Hablamos de una infinidad de cosas: mujeres, política, sexo y hasta de filosofía. Que manera de sostener una conversación como esta.
-Cuando vayamos…-se quedo pensando-, en quince polas nos largamos de este asqueroso lugar.
-Hey por qué, si aquí estamos bien, además nos podemos quedar toda la noche.
-Hazme caso, te conviene, iremos a otro sitio genial.
En el lugar ya me había amañado y el hedor que se respiraba era típico de amanecedero en el que pueden suceder miles de cosas, como borrachos dispuestos, primero, a brindarte unas cervezas con el motivo de que uno se quede ahogándole las penas, o por la simple simpatía; y segundo, a que al mínimo rose, empieza esa zozobra en el que puede uno salir con la cabeza rota o dispuesto a correr como un venado para salvar el pellejo. Pero, además, no faltan ellas, las mujeres de vida fácil y de fácil acceso; nunca he estado con una mujer de ese mundo, pero me agradan tanto, su majestuosidad, la manera como lo miran a uno, la manera como lo enmarañan con ese cabello gastado, sus manos recorriendo los placeres corporales. Siempre me habían llamado la atención aquellos sitios donde se podía ver la verdadera cara de la ciudad donde vivía.
Pero de cierta manera, la mirada de Fernando había cambiado cuando acabo de decir esas palabras, pero en realidad yo confiaba en él, así que no me preocupe.
Así transcurrió un buen tiempo, el bar ya estaba quedando vacío, sólo permanecían los desposeídos, los desarraigados, los que no querían en casa…, los de la calle. Ambos, ya a punto de entrar en ese estado de dejadez, nos dimos cuenta de que habíamos llegado a la quinceava cerveza. Revisamos los bolsillos, encontramos el dinero, lo reunimos y pagamos la cuenta.
La noche parecía quieta, pasaba silenciosa a nuestro lado con una lentitud que era, para nosotros, apacible, sin embargo, Fernando, al parecer, no compartía lo mismo.
-Hey a dónde vamos –pregunté.
-Yo creo…-dijo balbuceando- que es por aquel lado.
Señalo la dirección a donde debíamos dirigirnos. Me quede pensando.
-Ah…, ya creo que sé para dónde vamos –dije-, a recordar viejos tiempos?
-Claro mi hermano, ya lo habías olvidado, se me hace raro, que cabeza de gallina eres ¿no?
-Es que en ocasiones soy tendencioso a olvidar muchos recuerdos, ya sabes, para que luego no se conviertan en un dolor profundo.
Nos abrimos paso como pudimos, recorriendo aquellas calles por donde habíamos estado hace mucho tiempo, en ellas vivimos espléndidas y fabulosas aventuras y desventuras. Como olvidarlas. De paso en paso, y con los tobillos medio quebrados, llegamos a aquel sitio, sin olvidar, claro, como en los viejos tiempos, recoger algo de nieve por el camino.
-Lo ves? –me pregunto.
-Qué cosa?
-Allá.
Me fije en el sitio bien, y de repente, se me vino ese objeto a la cabeza de una manera abrumadora.
-Claro que lo veo…, aunque no muy claro porque tengo la vista nublada, pero…, claro, es ese, ese hermoso banco que una noche nos sostuvo la borrachera.
Solté la risa.
-Cuánto tiempo ha pasado y nunca le dimos las gracias por aquel favor.
-Hey que severo parce, no sabe lo asombrado que estoy por estar acá.
Mis dedos entraron por mi cabello y agarraron con fuerza mi cabeza. No salía de ese asombro descomunal.
-Marica y como se acordó de este lugar?-pregunté.
-No sé cómo, simplemente me acorde del sitio y ya…, pensé que deberíamos venir a saludarle.
-Pues que esperamos vamos a por él.
Confieso, y en medio de esa pesadez, no haberme sentido tan bien desde hacía mucho tiempo.
Cada vez que nos acercábamos a él, empecé a recordar lo que había sucedido ese día: primero, reunimos el parche, luego la farra, luego las mujeres, después, el tambaleo, y por último, nosotros dos solos en ese banco. Que bonitos recuerdos.
Fernando fue el primero en sentarse.
-Giovanni?
-Qué paso –le dije.
-Cuando tratas de darle sentido a la vida siempre encontrarás pequeños detalles que la hacen sobresaltar como este banco. No lo crees?
-Por supuesto –repuse.
En ese momento, deduje que la conversación entre nosotros había tomado otro rumbo.
-Últimamente he recorrido estos pequeños detalles y me han dado un placer inigualable, es mucho mejor que las drogas. A veces pienso que todas las cosas que vivimos no sirvieron para nada…
Le interrumpí.
-Hey no, no hay que renegar de todo, a veces yo pienso lo mismo, pero después, me entra la sensación de que algo a servido, aprendimos a sentir con intensidad la vida. Eso creo?
-Puedes que tengas razón –dijo-, pero…, parce siéntese lo veo agitado.
Recibí su orden.
A partir de ese momento nos quedamos con la vista perdida, sin pronunciar ni una sola palabra, ni un quejido, sólo se escuchaba el sollozo de la noche. Pero el movimiento existía, él se había aferrado a llevarse la nieve a su nariz, y yo, me llevaba el cigarrillo a los labios. Que difícil es saber cuando el momento final se acerca de una manera abominable, y lo peor, es que uno no sabe qué hacer con ese toro, si esquivarlo o esperar la cornada en el vientre, y luego, desangrarse, arrojar las entrañas, el corazón, aquellas cosas que le dan calor al cuerpo.
De repente, Fernando se llevo su mano derecha al rostro, cubriéndolo con una rudeza, que hasta creí que quería arrancárselo.
-Que mierda…, todo se me vino encima, la maldita familia y las malditas responsabilidades…, estoy jodido Giovanni, no sé qué hacer. En estos momentos me siento el bicho más insignificante y despreciable que todo mundo quisiera aplastar, pero no me quiero dejar, pero ya no aguanto más, el pisón sería contundente y definitivo…
Mi mente quedo en blanco, no supe que responder. Siempre he tratado de charlar y aliviar los problemas de mis amigos, pero, se notaba que en ese caso no habría solución. Me sentí impotente, como si no fuera amigo de Fernando, simplemente un desconocido.
Traté de buscar palabras, pero el mareo no me dejaba, no encontré otra cosa sino abrazarle con mi brazo izquierdo como buenos vagabundos que fuimos.
Sobra decir las calamidades, las ofensas, las condenas y las palabras abruptas que emitían eco en las sombras que nos rodeaban esa noche, pues como firmemente creo: las palabras no valen nada, son insignificantes, incluso aquí.
El sol llego y con su resplandor nos dejo enceguecidos, y abrazados juntos, los dos llegamos a su casa. Le deje en la puerta. No quise entrar, pues conocía muy bien a su mujer, pero le prometí, que después de la resaca volvería por él. Nos estrechamos las manos y se fue entrando directo en la oscuridad de su casa sin pronunciar una sola palabra, hasta que su silueta desapareció. Serré la puerta. Me marche pensativo.
Pasadas unas horas, y con el alcohol vivo en mis venas, llegué de nuevo a su casa. Timbré, timbré y volví y timbré, nadie me abrió. Mi amigo me había dejado solo con el banco.



No hay comentarios: