Efervescencia y desquicio…enseguida la inmunda rabia, “esa” que quiere gritar, “esa” que quiere destruir todo, “esa”…que me recuerda la magnitud con que me repudio. Me recuerda y afirma mucho más ese afán de soledad, inevitable pero acogedora. Ahora el pez debe retorcerse en el agua. A la calle.
La rabia continua, mucho más desenfrenada; cualquier contacto con algún desconocido me repugna, cualquier indicio de palabras me fastidia…la pierna derecha empieza a alterarse, en mi mano se ven voluptuosos los nudillos, quiero probarlos con alguien…llego a mi destino…continuo mirando mal; mi acompañante llega…ahora, a una funeraria.
Increíblemente la rabia desapareció…un mar de letanías a alguien desconocido retumban en mi mente, me ahogaron, me ahogue…quede como un ser apacible y solemne…sollozos por un lado, llanto por el otro…rostros bañados de esa debilidad humana…ojos a punto de estallar…la “experiencia” acariciaba y regocijaba el dolor de la puerilidad…un suspiro entra en mi pecho y me recuerda el “fin” y la “absolución”…la “nada”,
Un ataúd abandonado…un cadáver silencioso…la vejez se canso de aguantar; observe a aquel cuerpo con ínfulas de soberanía…inútil! Es mejor estar allá adentro que aquí afuera. El rostro de la viejecita era tenso y afligido, sus labios comprimidos revelaban que no habrían más palabras para enarbolar, sus manos arrugadas y cansadas demostraban lo tedioso que le costo vivir, sus ojos…no querían ver más…le doy la espalda…me marcho vacío.
Sólo un rostro me llamo la atención; una tez blanca, mejillas rojas, labios…que aún no describo, un largo cabello hasta la cintura que podría enmarañarlo a uno enteramente, cuerpo uniforme y la grandísima finitud…ahora…otro rostro, angelical y pueril, sus ojos no se alzaron, la timidez en su máxima expresión…pienso…recuerdo alguna vez haberla visto, nunca olvido un rostro.